martes, 10 de agosto de 2010

Book of stories

Hacía demasiado tiempo que no leía nada. Traía entre manos a ese autor que gustaba de cambiar y crear el lenguaje a su antojo, pero no conseguía sacar tiempo suficiente como para poder tratarlo con tranquilidad. Sin embargo, su malestar personal tenía una clara justificación; todo lo hacía por la causa más noble que había conocido el ser humano, lo hacía todo por el vicio.

Parecía que la búsqueda de su Yo podría llevarle más tiempo de lo que iba a durar su vida. No le daría tiempo a aprender, a descubrir, a conocer todo lo que quisiera, porque siempre había algo más. El estudio del hombre como culmen de la sabiduría y la belleza máxima era la más ardua de las tareas nunca conocidas. Aunque bueno, a Gordon al final la belleza no le interesaba tanto, ya se sabe que la belleza es un hecho pasajero salvo que seas retratado por Basil Hallward.

En esos pensamientos estaba inmerso esa mañana. Esa misma mañana en la que la náusea por no poder llegar más lejos de su cama le hacía sentirse aun peor consigo mismo. Estaba claro que a este paso no iba a encontrar nunca a su Yo. Tal era la opresión que sentía para consigo mismo, que en un arrebato de ira decidió lo que había a su lado. Con toda la calma que le fue posible concentrar, quemó todos sus discos de esos grupos tan poppies, todos los vinilos de Bob Dylan, todos los libros que tanto había amado no hace mucho tiempo, y cuando todo estaba envuelto en llamas, se arrojó al vacio desde el balcón de la habitación 7707.

Justo antes de llegar al suelo, lo pensó mejor y aterrizó suavemente justo al lado del bar para tomarse la primera pinta de cerveza del día. La verdadera Malta le gustaba demasiado como para acabar con todo y no poder volver otra vez.

Epílogo
[Nadie quiere que se acabe,
pero ha terminado el sueño]

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