jueves, 1 de marzo de 2012

Los Evangelistas - Gloria

Señor,
Al que por el amor forzado entiendo
De mi mal hiciste enmienda,
Nos libre de tu ira y nos defienda.

Mira padre amoroso
Cuanto tenaz es esta mundana vida
Y el engañoso contrario
Con mil lazos nos obliga
Y dulce don que cubre su enemiga
Por donde se acontece que nos prenda
Tu blanda piedad a esta tienda.

Gloria a Dios.
Gloria a Dios.

Que alguien nos confiese
Que son sin fin nuestras maldades,
Más si culpa no hubiese
No demostrarías tus piedades.
¿A quién reducirían tus bondades
Para que el hombre las entienda?
No tomes a despecho a quien te ofenda.

Gloria a Dios.
Gloria a Dios.
Gloria a Dios.

Tú nos lanzaste en este mar
Y tú nos sacaste a puerto.
Y si ya nos amaste
Cuando el cielo te tuvo vivo y muerto,
¡Ámanos ahora en nuestro puerto!
A quien dice perdón no pongas rienda
Siempre y con eso nos defienda.

Gloria a Dios.
Gloria a Dios.
Gloria a Dios.

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lunes, 30 de enero de 2012

Romance del Emplazado

¡Mi soledad sin descanso!
Ojos chicos de mi cuerpo
y grandes de mi caballo,
no se cierran por la noche
ni miran al otro lado
donde se aleja tranquilo
un sueño de trece barcos.
Sino que limpios y duros
escuderos desvelados,
mis ojos miran un norte
de metales y peñascos
donde mi cuerpo sin venas
consulta naipes helados. 

Los densos bueyes del agua
embisten a los muchachos
que se bañan en las lunas
de sus cuernos ondulados.
Y los martillos cantaban
sobre los yunques sonámbulos,
el insomnio del jinete
y el insomnio del caballo.

El veinticinco de junio
le dijeron a el Amargo:
Ya puedes cortar si gustas
las adelfas de tu patio.
Pinta una cruz en la puerta
y pon tu nombre debajo,
porque cicutas y ortigas
nacerán en tu costado,
y agujas de cal mojada
te morderán los zapatos.
Será de noche, en lo oscuro,
por los montes imantados,
donde los bueyes del agua
beben los juncos soñando.
Pide luces y campanas.
Aprende a cruzar las manos,
y gusta los aires fríos
de metales y peñascos.
Porque dentro de dos meses
yacerás amortajado.

Espadón de nebulosa
mueve en el aire Santiago.
Grave silencio, de espalda,
manaba el cielo combado.

El veinticinco de junio
abrió sus ojos Amargo,
y el veinticinco de agosto
se tendió para cerrarlos.
Hombres bajaban la calle
para ver al emplazado,
que fijaba sobre el muro
su soledad con descanso.
Y la sábana impecable,
de duro acento romano,
daba equilibrio a la muerte
con las rectas de sus paños.

Federico García Lorca.