jueves, 20 de mayo de 2010

Halleluwah

La soledad le gustaba a Gordon. Sus momentos más lúcidos siempre llegaban en sus momentos más solitarios, bueno, deberíamos remarcar esos momentos solitarios, porque la verdad es que Gordon estaba la mayor parte del día sólo; cuando hablamos de soledad, hablamos de esa verdadera soledad en la que el hombre se encuentra consigo mismo, ese momento era cuando Gordon decidía irse a la cama.

Gordon acabó por tomar un ritual para ese momento. Si no lo hacía, ni conseguía dormirse, ni conseguía estar tranquilo. En primer lugar, siempre leía el libro que se trajera entre manos en ese momento, no me pidas que recuerde lo que está leyendo en este momento, sería demasiado para mí; aunque recuerdo especialmente una novela… Gordon siempre me decía que era una historia de amor, y al decir que era de amor, siempre añadía la coletilla “es decir, una historia de celos y sexo”. Bien… superado el primer paso del ritual, Gordon parecía dispuesto a dormir, es más, si dejaba de leer era porque sus ojos pedían clemencia (sus ojos no comprendían que nada le gustaba más a Gordon que leer por la noche, cuando se encontraba totalmente en soledad… eran un poco caprichosos ellos…) apagaba la luz, cerraba los ojos dispuesto a dormir, pero nunca se dormía, a pesar de su cansancio. Al final, siempre acababa levantándose de nuevo, bebiendo agua y escuchando en su iPod a ese grupo islandés (el cantante era vizco y gay) que, vete tú a saber, no le puso ni nombre a ese disco ni a las canciones del mismo que tanto le gustaban a Gordon. Al final, por agotamiento, Gordon acababa sucumbiendo a la llamada de Morfeo.

Por supuesto, desde que Gordon apagaba la luz por primera vez hasta que se dormía, miles de pensamientos volaban por su cabeza a velocidad de crucero. Siempre me decía que en cuanto le venía uno nuevo, el que tenía anteriormente ya se había disipado por completo, olvidándolo por completo. La de buenos escritos que hubiera podido hacer Gordon si se hubiera decidido a plasmar esos pensamientos en papel, pero siempre decía que si lo hacía, traicionaría a sus pensamientos, porque no sería capaz de “traspasarlos” de manera completa; y me traicionaría a mí, y a todos las personas a las que le llegaran. Además, siempre terminaba añadiendo que a nadie le importarían sus preocupaciones. Yo creo que simplemente le daba vergüenza, él mismo se ruborizaba sólo de pensarlo y de contármelo.

Y a pesar de su soledad, Gordon era feliz. En otro tiempo, lo mismo lo habría sido, o lo sería más, pero recuerdo ese momento en el que me dijo: “Todo ha acabado”. Y en ese mismo momento, se puso una de sus muchas (extravagantes) gafas de sol y con una ligera sonrisa, dejó que el libro que tenía entre sus manos lo atrapara por completo…

Epílogo

Lo que ya no lo es tanto es no poderme levantar.

Si escribo esto escuchando “Revolution 9”… es normal.

[Estás enfermo]

2 comentarios:

  1. Querido Gordon,me sigues pareciendo aun mas interesante ,me alegro de lo sucedido ,conseguiste descifrar la dedicatoria¿? Un beso

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